Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 14 de abril de 1890
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cassola
Número y páginas del Diario de Sesiones: 137, 4199-4200
Tema: Aplicación de la Real orden de 23 de noviembre de 1883, expedida por el Ministro de la Guerra

No he de seguir al Sr. Cassola al terreno a que quiere llevarme, y mucho menos en esas palabras que se refieren a revolucionarios y conspiradores, de que S.S. ha hablado. Desgraciadamente, la historia de este país es muy accidentada, ha sido muy desdichada, no por culpa de los revolucionarios solamente, sino por consideraciones que ya pertenecen a la historia y que no puedo ni debo traer aquí.

Porque, después de todo, por esas causas históricas bien puedo yo decir, echando la mirada por estos bancos y por todos aquellos donde se sientan hombres políticos de alguna edad y de alguna historia:

Llorad, humanos;

todos en él pusimos nuestras manos.

(El Sr. Cassola: Razón de más para no sacar partido de eso). ¡Pero si no lo quiero yo sacar! (El Sr. Martos: Yo sí puse las manos, pero no di en rostro a nadie que hubiera hecho lo mismo). ¡Pero si a nadie doy en rostro que las haya puesto! ¿Acaso he llamado yo a S.S. revolucionario ni conspirador? ¿He dicho yo que haya tomado parte en revoluciones y que con ellas haya crecido? No; yo me he guardado muy bien de eso.

Por consiguiente, ¿para qué me lo echa a mí S.S. en cara? Yo no he hablado de eso, y lo que quiero es [4199] que, ya que la desgracia es común, no se vuelva a repetir por nadie, para lo cual es necesario que no existan las causas que existieron, porque prueba de que eran causas generales cuando todos los hombres políticos están poco más o menos picados de la misma enfermedad. (El Sr. Cassola: ¿Para qué echar en cara diariamente eso?). Yo no he echado en cara a nadie semejante cosa, porque procuro huir siempre de estas cuestiones. Ha sido S.S. quien lo recordó.

Ahora, lo que yo no quiero es, que por que esta historia accidentada haya traído tales y tamañas desdichas a mi país, ya que hoy estamos lejos de eso, por nada ni por nadie volvamos a aquellos tiempos. (El Sr. Cassola: ¿Quién lo pretende? Porque de lo que yo trato es de que me diga el Gobierno quién lo pretende o quién teme S.S. que lo pretenda, porque eso da a entender la corrección anticipada). No creo yo que haya nadie que lo pretenda; y aún si alguien lo pretendiera, haría mal, porque no están tampoco los tiempos para eso, por lo mismo que han desaparecido ciertas causas que pudieran preparar ciertos efectos.

Pero por eso mismo que los tiempos no están para tales cosas, no quiero que se haga nada que no está conforme con la normalidad y lo bonancible de los tiempos. Y no me parece que es normal lo que venimos tratando.

Pero de todas maneras, señor general Cassola, la legalidad del acto del Gobierno está juzgada por quien tiene competencia para juzgarla, que es el Senado; y traer aquí ahora la cuestión, es poner en duda las atribuciones del Senado, y eso no se puede hacer en el Congreso. El caso está ya juzgado por quien tenía que juzgarlo; y una vez dictado el fallo, no nos corresponde a todos más que el acatamiento, y al Gobierno el cumplirlo.

Por lo demás, parece que S.S. tiene ganas de batallar, y yo no tengo ninguna. Su señoría trae aquí cuestiones que no hay para qué debatir y que podrían llevarnos muy lejos a S.S. y a mí, y en las cuales no quiero entrar, primero, porque no gusto de tratar cuestiones estériles, y después, porque rehuyo todo lo posible las cuestiones peligrosas. El Gobierno cree haber cumplido con su deber; cuenta hoy con la sanción del Cuerpo a quien la sanción corresponde, y no tiene más que decir sino que está dispuesto a cumplir lo que entiende es su deber, sin saña ni apresuramiento, pero con la serenidad del que cumple sus deberes; ni más ni menos.

No tenía S.S. necesidad de demandar el juicio mío y el del Gobierno respecto a S.S. Claro está que yo siempre he tenido a S.S. por un general muy distinguido del ejército español; quizá haya sido yo el español que ha conocido mejor a S.S. y que antes se ha penetrado de sus cualidades, porque antes de que yo tuviera el honor de proponer a S.S., como general, para desempeñar la cartera de Guerra, pocos conocían como yo las eminentes cualidades de S.S. Pues si yo he sido el primero en reconocer sus eminentes cualidades, ¿cómo ha podido S.S. dudar, cuando yo hablaba de la circunspección que necesitaban tener los generales para que no fueran objeto aquí y fuera de aquí de juicios erróneos a injustos, de que estaba S.S. comprendido en los generales que no daban lugar a eso? ¿No parecía natural que S.S. lo creyera? De nadie, pero menos de mí, que antes que todos he hecho a S.S. cumplida justicia, no digo favor porque S.S. lo merece todo, pero por lo menos la justicia que le negaban otros; de nadie, pero menos de mí podía S.S. creer eso.

Y con esto he concluido, porque no deseo entrar en un debate con S.S. ni con nadie, porque estamos perdiendo un tiempo precioso. Tenemos, por acuerdo del Congreso, dos proyectos urgentísimos pendientes de discusión, y no es justo que por estas cosas que no interesan a nadie estén esos dos proyectos detenidos.

Por lo menos el Gobierno no quiere hacerse responsable de este debate, y suplica a la mayoría y a las minorías que cada cual haga lo posible por que estas discusiones no sean interminables, pues anteayer mismo, contestando en el Senado a una pregunta de un adversario, he comprometido mi palabra para que los presupuestos vayan pronto a aquel alto Cuerpo, a fin de que no se vea precisado, como todos los años, a no poder discutir los presupuestos. Ayúdeme S.S. en esta tarea patriótica, que dará buenos resultados para el país, y deje a un lado esos discreteos, que, créame S.S., a nadie interesan. [4200]



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